“Ad
altiora et magnificentiora, mihi crede, Torcuate, nati sumus”. ‘Créeme,
Torcuato, hemos nacido para todo lo que es superior y magnífico‘.
Así se expresaba, en la intimidad de una carta dirigida a un amigo,
el filósofo y ciudadano hispanorromano Lucio Anneo Séneca.
Para él, el hombre estaba destinado a vivir en la búsqueda
de lo más excelso, de la perfección personal y colectiva, del
deleite en la estética que alimenta el espíritu. Para él,
el hombre auténtico debía alejarse de lo vulgar entendido como
empobrecedor, de la superficialidad cotidiana, de lo trivial y banal hecho
norma de vida. Para él, el hombre era algo más que la envoltura
física con la que llenaba calles y estadios. No es de extrañar
que exclamara desolado “cada vez que estuve entre los hombres, volví menos
hombre” cuando las razones de su cargo en Roma le obligaban a asistir
a los espectáculos circenses, donde quizá le horrorizaba más
lo que veía en las gradas que lo que veía en la arena.
“Ad
altiora et magnificentiora”… Hermoso lema vital que nos remite
a lo mejor y más profundo del espíritu humano. Y es en esta búsqueda
de la bella perfección, de la belleza perfecta, del “gaudium”,
del gozo interior, tan alejado de la frívola “letitia”, donde
encuentra su lugar la música culta, la música sacra. Claro que
no podemos dejar de lado el sentido esencialmente religioso de la misma. Nuestros
antecesores entendieron que la belleza creada por el canto podía ser una
forma muy apropiada de oración grata a Dios.
Esta reflexión
previa sólo pretende introducirnos en el motivo que nos ha reunido aquí hoy.
Hace ahora veinticinco años que Ramón Perales de la Cal, a la sazón,
director del Cuarteto “Renacimiento”, necesitó de un grupo
vocal masculino que interpretara algunas piezas de canto gregoriano en alternancia,
dentro de un proyecto de grabación. Puesto en contacto con Javier Lara
Lara, éste reunió a un grupo de entonces jóvenes entusiastas
y conocedores de la música religiosa antigua. Fruto de aquella colaboración
surgiría el disco “La herencia musical española en el Nuevo
Mundo”. Cuando se le requirió un nombre que identificara al conjunto
vocal, Javier tardó muy poco en responder: Schola Gregoriana Hispana.
Este nombre se convertiría en prenda y señal de un futuro apasionante
y prometedor, un futuro del que hoy vivimos sus bodas de plata. Pero también
señalaba la senda musical que estaban dispuestos a emprender aquellos
ocho pioneros, a los que seguirían más tarde otros dieciséis
en los distintos momentos y los distintos lugares que ha vivido la Schola durante
este tiempo. El término “gregoriana” indica la esencia, el
sentido de existencia del grupo: el canto religioso cristiano de la Baja y Alta
Edad Media, tras la reforma de San Gregorio, y las primeras polifonías.
Con “hispana” matizamos la dedicación particular de la Schola
al canto que tuvo origen y expresión en la península ibérica
durante el período mencionado, el así llamado canto mozárabe.
Desde el mismo instante de su creación, la Schola ha trabajado por proteger
del olvido el rico patrimonio musical religioso mozárabe, realizando a
veces una auténtica tarea de arqueología musical, donde cada pieza
es rescatada de códices y cantorales antiguos, con frecuencia poco conocidos,
para recibir el mimo profesional de quienes, como Javier Lara Lara, poseen la
experiencia y conocimientos de décadas entregados a esta forma de música.
Sabemos poco
sobre cómo era la interpretación final del primitivo canto gregoriano.
Hemos heredado las letras, a veces las partituras, pero la independencia de cada
escuela de canto -con frecuencia de cada monasterio o convento-, la particular
notación de cada maestro, hacen muy difícil reinterpretar las piezas
con la mayor fidelidad posible a la forma original. Muchas de las obras que hoy
interpretamos recibieron su forma definitiva en el siglo X, cuando los textos
originales pueden remontarse tan atrás como el siglo VI; algunas de ellas
se habían mantenido vivas en la tradición oral, aunque conocemos
bien lo que puede hacer esta tradición con los originales no impresos.
Sin embargo, éste suele ser el magro material original que el maestro
pone sobre su mesa; con estas mimbres debe tejer su trabajo en torno a una obra
musical. La Schola ha seguido siempre las últimas investigaciones en Semiología,
Ritmo y Modalidad, a la sombra de la interpretación gregoriana que hace
la escuela semiológica de Dom Eugene Cardine, maestro de Javier Lara en
la abadía de Saint Pièrre de Solesmes (Francia), donde el canto
se vuelve más flexible, más expresivo, más auténtico.
El repertorio
que nos propone hoy la Schola Gregoriana Hispana es una pequeña antología
de la música religiosa de la Edad Media, que empieza con algunas obras
del rito mozárabe, continúa después con otras piezas del
repertorio gregoriano estándar para concluir en los inicios de la polifonía
y llegar hasta el gran maestro Perotinus.
Es preciso
subrayar la belleza de las obras seleccionadas del Códice Calixtino de
Santiago de Compostela, donde podemos admirar la vena creadora de los compositores
del entorno de la catedral compostelana, no sólo en la monodia. La pieza
a tres voces “Congaudeant catholici” sería, según todos
los indicios, la primera obra polifónica dentro del repertorio occidental.
Del repertorio
gregoriano estándar destacamos una de sus obras más conocidas,
el responsorio “Media vita”, compuesto en Modo IV, el modo que no
acaba nunca, el modo interior por excelencia, al que en este caso acompaña
un texto de una belleza sobrecogedora en forma de imploración a quien
todo lo puede: “En la plenitud de la vida vamos hacia la muerte. ¿A
quién buscaremos como ayuda sino a Ti, Señor, quien por nuestros
pecados estás justamente airado? Santo Dios, Santo fuerte, Santo misericordioso
y Salvador: no nos entregues a la amarga muerte.”
En el apartado
de la polifonía podremos escuchar algunos de los ejemplos más significativos
de la primera época: desde el ‘tractatus’ “Musica Enchiriadis” del
siglo IX, pasaremos por piezas del repertorio español transmitidas a través
del Códice del convento de Las Huelgas, en Burgos, hasta llegar a una
de las obras maestras del gran polifonista y compositor de órgano maestro
Perotinus: el “Viderunt Omnes”, escrito para cuatro voces iguales.
Retornando
a la fecha que hoy conmemoramos, no me detendré en el currículum
atesorado por la Schola Gregoriana Hispana durante estos primeros veinticincos
años de existencia; las referencias a los numerosos conciertos y grabaciones
se pueden consultar en su página web. Sí quiero llamar la atención
sobre la especialización que poco a poco ha dado personalidad única
a este grupo. Si tenemos presente que la humildad caracteriza la verdad, podemos
afirmar que la Schola es hoy una piedra de toque esencial cuando del acervo musical
hispánico se trata, hasta el punto de considerarse interpretes de referencia
en los códices antes mencionados, el Calixtino de la catedral de Santiago
y el del convento de Las Huelgas.
Recordemos
ahora a la invitación que nos hacía Lucio Anneo Séneca, “ad
altiora!“. Que nuestra música sea vehículo y estímulo
para las mentes ansiosas de plenitud, corazones que se deleitan en la belleza
y almas deseosas de beber espiritualidad. Sicut cervus, ad fontes. Como
el ciervo se acerca a las fuentes de la montaña para saciar su sed, les
invitamos a que nos escuchen sabiendo que nuestras voces son tan sólo
un eco que llega de un pasado muy remoto, un pasado donde está el origen
de lo que somos, de quiénes somos; un pasado que define nuestra cultura,
nuestra esencia como pueblo, como comunidad, como hombres y mujeres cristianos.
Escuchen; sobre todo, disfruten; y, si lo desean, hagan de nuestro canto una
oración en la intimidad de sus corazones.